El legendario Koh-I-Noor, diamante Golconde de 105,6 quilates engastado en la corona de Inglaterra, o del Regente, antaño lucido por la reina Maria Antonieta y actualmente conservado en el museo del Louvre, esta joya de excepción está reservada a un destino fuera de lo común.
Cuenta la leyenda (ay, lo que nos gustan) que Humayún cayó enfermo y por más esfuerzos que hicieron los médicos, su salud no mejoraba. Alguien que quería hacerse con el diamante, sugirió al afligido padre de Humayún que para que éste se salvara debía sacrificar su bien más preciado, pensando que quizá así Babur se desprendería del Koh-i-noor. Pero Babur mostró su desacuerdo afirmando que su bien más preciado era su propia vida. Por ello, se puso a rezar alrededor de la cama de su hijo, rogando al cielo que le quitara su vida con tal de conservar la del muchacho.
Humayún comenzó a mejorar, mientras que la salud de su padre se fue deteriorando hasta su muerte en 1530
Humayún sufrió mútiples derrotas que le llevaron incluso a la pérdida de su reino. Parece que en este tiempo abandonó todo (sus hijos, sus numerosas mujeres…) y llevó consigo sólo el diamante.
Un gobernante que sabía de la existencia del Koh-i-noor, envió a uno de sus súbditos a tratar de comprárselo a Humayún, ya que dada su condición de vagabundo, quizá quisiera deshacerse de él para conseguir dinero. Cuando el hombre se presentó y explicó el objeto de su visita, Humayún, furioso, contestó:
“Gemas como esta no pueden ser compradas: o bien caen a uno por la arbitrariedad de la centelleante espada, (…) o de otra manera vienen a través de la gracia de un poderoso monarca.”
Los vagabundeos de Humayún le llevaron finalmente a Persia, donde fue muy bien recibido por el gobernante del país, Shah Tahmasp. Como muestra de gratitud, Humayún le entregó el diamante como regalo.
Y el diamante fue pasando de mano en mano hasta que en 1851 DHULIP SIGNH
, el último Maharaja del Imperio Sikh, se lo entregó a la reina Victoria de Inglaterra.
Pero no entusiasmó demasiado a los británicos cuando se lo presentaron durante la Gran Exhibición de 1851, en Londres, porque lo creían más brillante. Para solucionar esto, el esposo de la reina Victoria lo mandó tallar de nuevo. Así se ganó en fulgor, pero el dimante perdió en el proceso más del 40% de su peso.Hoy se guarda en la Torre de Londres. La última vez que salió de allí fue engarzado en una corona en 2002, para honrar el ataúd de la fallecida Isabel I, la Reina Madre.
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